La creatividad es ese ente extraño, cada vez más temido que aceptado. Casi podría decir que nos da miedo lidiar con él… Tanto los clientes, como la industria y la comunidad misma, nos piden creatividad a gritos, nos motivan repitiéndonos que somos creativos y que, por ello, estrategias creativísimas saldrán de manera espontánea de nuestros poros… pero el silogismo no necesariamente se completa.
Para sorpresa de muchos, hemos aprendido que hoy la creatividad ha dejado de ser el centro de la comunicación. Si bien se aparece de cuando en cuando y hay que cuidarla como oro molido, aún más importante es saber encausarla para que funcione de manera acertada.
Imaginemos que la “deseada creatividad” ya llegó (producto de técnicas, trabajo en equipo, ejercicios mentales o simplemente de forma abrupta) y la cuidamos, la dosificamos, le ponemos un diagrama de flujo y un time table… pero eso ya no es suficiente. Una gran idea no siempre resuelve problemas reales ni en concepción ni en ejecución. De ahí que tanto o más importante que la idea, sea el objetivo para el cual ha sido concebida. Una forma de descubrir el verdadero por qué de las ideas ganadoras y de reducir el margen de error al máximo en nuestros hallazgos es utilizar la metodología conocida como design thinking.
El design thinking se ha convertido en uno de los modelos más vanguardistas en diferentes terrenos del pensamiento, pues no sólo consolida la posibilidad de procesar la creatividad a partir del diseño para resolver problemas, sino, además, entrega alternativas reales para generar innovación de forma tangible en prácticamente cualquier campo de la vida.
Originario de la Universidad de Stanford, California e implementado por primera vez en la consultora de diseño ideo hace ya varias décadas, el design thinking fue creado con un objetivo tan simple como ambicioso: generar un impacto positivo a través del diseño. Hoy, ese pensamiento disruptivo ha acaparado las miradas de inventores, estrategas, emprendedores y hasta médicos alrededor del mundo, -sólo por mencionar algunos.
Desde esta perspectiva centrada en el diseño, la creatividad toma un papel importante, pero no esencial; aquí la gran idea es sólo una consecuencia de un proceso exitoso de observación y empatía cuyo resultado arrojó cuál es el problema central a resolver y de esa forma se generan soluciones que contribuyan a resolver la tensión del conflicto. La creatividad, entonces, acompaña el proceso, pero no lo domina.
Como consejeros en comunicación es vital que no únicamente conozcamos, sino que participemos en los procesos de resolución de problemas a favor de la evolución de nuestra disciplina y de la forma en que generamos valor de negocio para nuestros clientes.
// Ilan Arditti
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